POEMAS
ADIOS A NARCISO
a Rafael Hilario Medina
No es menos el canto acuoso y límpido,
reflejidad permanente, etérea figura,
y un cielo de luz desde ángulos infinitos
me observa.
No soy mi soledad total, en su hermosura,
mi otro ofrece su tersura de la imagen,
más grácil y juvenil que yo en la oscura
palpitacion existente.
No te miro, te invoco y me absorbo,
me bebo en la quietud de esos ojos horizontales,
escrutadores en la profundidad, augustos en esa
agua que corre y sin embargo ahí, ante mí, enamorados.
Eres prisión encantada. No soy la apertura, soy tu abismo,
tu misterio en la carne pero eres frágil y escurridizo
y quisieras correr en la luz derramada, los mirtos
y la garganta del bosque tras las ninfas y el fuego.
Poderoso y núbil, no comprendes la ciudad y la muchedumbre,
divertida e impropia, hará de tus encantos rígidos pedazos de edificio.
La nostalgia te roerá como la lepra. Y pensar que seducido
por el cantar luminoso de tu imagen he anhelado ir tras de ti.
Pero, nos separa un hueco inmenso. Naciste de mí.
Eres mi instante perpetuo. Yo, envoltura agreste, vivo
desde la rueda. No eres sombra sino presencia contínua
desde los jardines marinos.
Tus labios en pleamar son melodias lejanas, seductoras.
Desde lo remoto del olvido sé que tuyo fui hasta la muerte,
de tu parsimonia de mármol conservé la ausencia
de tus facciones reflejadas.
En aquel entonces bebí del torrente imposible y no me esperabas.
Ahora tú deseas ser desde aquí. No, desde ayer en la sinfonía del mar.
Tu canto luminoso no podrá arrebatarme, ni soy quien
para llamarte desde la muerte.
[Poemas de la tortuga]
EPILOGO DEL RUGIENTE
¿Hay modo alguno de ventilar
esos graves designios?
La escritura puede ir más cerca,
un poco más a seguir días,
mirando la torcida calle
por donde las gentes guardan
sus envidias y discordias;
verlos sonreír fofamente,
anhelando ocultar su propia oscuridad.
¿Qué será del viejo rugiente?
Ese viejo ser de mínimas hierbas,
atolondrado,
hilachándose por alcanzar
dos calles al sol;
confiando que en sí se abrirá el abanico,
se morderá el impúdico labio
de una extraña.
No opina sino descarga,
grita anidándose en su imaginación.
Dejando pasar lo que nunca
se atrevería a repetir.
Camina por la calle agujereada de luz
apretando el paso cuando el miedo
corta su paz.
Sigue así como un carbunclo,
como un animal precioso que nadie toca,
que muchos han herido,
batallador de una sola guerra,
el mismo en las múltiples edades,
en la misma cárcel del sueño
su espada,
el verbo que se olvida,
fugaz como un blasón
que está enterrado
bebiéndose el agua.
Va el rugiente cancelando
su voz por sostener un castillo de cielo,
un perfecto ademán,
un amigo
como una cabellera amarilla en la cartera.
Ruges y no te oyes,
saltas y eres inmóvil.
Milagros esfumándose
en el designio verdeante ventana.
Gracias y desengaño
viene
y un carajo
es un justo prendedor
en la noche que nadie
le importa mitigar.
{Cuaderno de Condenado}
Elegía de la madre que se va
El hueco llama desde el fondo
y mamá se va de viaje
y mamá llora desolada.
El silencio aguarda las lágrimas
y he de contemplar las atribuciones.
Quedo sacrificado al deseo,
atónito ante la impotencia
o el cuerpo herido de mi cuerpo.
Los puños se crispan y de ellos
una llamarada, una cuerda oscila
entre el pasado y mi derrotado presente.
La cuerda me llama a la consumación,
en su anillo un torrente de madres
crujen como un cristal.
Yo tan inane vuelco la desgracia
con un golpe en el aire,
como una imprecación baladí.
El hueco llama desde el fondo
y mamá se va de viaje
y mamá llora desolada.
¿Cómo abrirme las venas pobladas de sollozos?
¿Cómo no herir el ojo indiferente?
Hay tanto dolor en una madre desolada,
tanta la violencia que morir es una ofrenda.
¿Cómo batir el impulso cuando se desgarra el alma?
Estas piedras son testigos,
piedras encendidas que se pudren
de tanta angustia.
Ya sabrá mi cuerpo el dolor
de una madre que llora desolada.
Lo peor, ver partir a mi madre
cuando el hueco llama desde el fondo.
[Poemas de la tortuga]